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Carlos Bernatek es un escritor nacido en Avellaneda. Ha vivido muchos años en Santa Fé y en ese ámbito ubicó varias de sus novelas. Desempeñó cargos vinculados con la cultura y ha valorizado y fortalecido el rescate de la historia.

Sus historias son de fácil lectura, escritas con un lenguaje accesible, a la vez que de sutil observación del interior de sus personajes, con una percepción infrecuente de las realidades, virtudes y miserias de los hombres. 

Ha sido repetida y merecidamente premiado. Es uno de los más notables autores argentinos contemporáneos. Su obra es imprescindible para acercarse a la compleja idiosincrasia de la humanidad de los seres comunes y corrientes.

¿Consideras que hay un determinismo de lugar en tus novelas?

No sé si llamarlo determinismo, en cuanto a lo irreversible o preestablecido, pero sí una intención deliberada de posar la atención en ciertos lugares –pueblos, ciudades chicas-, por aquello que hace a su conformación, a los pactos de convivencia, y al ajuste o desajuste que los individuos provocan.

¿A quiénes reconocés como tus maestros?

Es difícil nombrarlos cuando uno siente no honrar al calibre de quienes admira. Prefiero tal vez remitir la respuesta a mis lecturas, desde las más banales a las más complejas. Pero sí debería mencionar a quien ha sido el padre de la novela moderna argentina, y es Arlt. Y deudor me siento de muchos, de Briante a Puig, de Carlos Correas a Piglia, que son maestros de generaciones, no solo míos.

¿Sentís que los talleres literarios definieron el estilo o la temática de tu escritura?

Los talleres son una metodología práctica de aproximación al oficio. La temática y el estilo se configuran después de muchas búsquedas, llevan tiempo, y en un taller uno todavía está desvalido para definirlos.

¿Cuál es tu metodología de trabajo?

Cada libro proviene de una aproximación diferente. A veces es un tema, un personaje, y en algún caso un discurso, una forma del habla definida que impulsa a buscarle un continente. En cada caso, uno va tejiendo el método de aproximarse y circunscribir lo que busca, de cerrar el abanico en torno a lo que se propuso. A veces sale, muchas otras no.

¿Las musas, existen? ¿O importa el sudor?

Yo creo en cierto repentismo, en una idea fugaz, un fogonazo que puede disparar un proyecto. Al menos es ese el modo en que fluyen mis textos. Y el sudor, es tan engañoso como las supuestas musas, porque uno se puede deslomar trabajando, y que no pase nada. A veces la prepotencia de trabajo sirve, pero no hay ninguna ley que lo asevere.

Tus libros son muy cinematográficos ¿Has tenido propuestas para filmar alguna novela?

Sí. De hecho, con un cuento mío se hizo un mediometraje en Santa Fe (“Pajarito, la lluvia”), que dirigió Mario Cuello. Y tuve un par de consultas para filmar mi primera novela (“La pasión en colores”), y también “La noche litoral”. Pero ninguna ha prosperado hasta ahora. Yo supongo que mi narrativa ofrece un perfil muy visual, y tal vez eso interesa a los cineastas. Pero el cine se maneja con reglas muy diferentes a la literatura: hay una construcción industrial que tiene mil vericuetos que ignoro.

¿Cuánto hay de Saer en tus historias?

Poco, creo. Está “la zona”, Santa Fe, y poco más. Saer está en mí como lector, por eso le hice algún homenaje paródico en “La noche litoral”. Pero muy distante a su estética, a su búsqueda literaria. Saer logró conformar una obra, un corpus de una contundencia elocuente en la literatura argentina; es un autor excepcional.

¿De dónde salen los temas de tus cuentos y novelas?

Creo que todos tienen distinto origen. Una parte argumental surge de anécdotas, escuchadas o leídas; de noticias perdidas en los diarios; de discursos que uno ha escuchado en un bar, en un viaje; de personas distantes que hacen referencias; o de otros libros. Las fuentes argumentales pueden ser muy dispares; el problema es construirles una estética narrativa.

Si bien has escrito cuentos, ¿te resulta más cómodo el formato de novela?

Estoy muy habituado a la novela, después de escribir una docena. Pero cuentos siempre escribo, aún durante la escritura de una novela: me voy por las ramas, me escapo, y surge un cuento. Ocurre que los cuentos parecen interesar menos a las editoriales. Y excepcionalmente, tengo cuentos que originaron novelas.

¿Te viste motivado en personas reales para configurar la idiosincrasia de tus personajes?

Sí, muchas veces. Pero una vez que alguien real se convierte en personaje, adquiere otra realidad, la literaria, y uno puede fabricar al Frankenstein que más le plazca.

Aunque en el plano personal e íntimo, ¿has ensayado algún tipo de juicio de valor respecto a Ovidio Balán?

Trato de no hacerlo, de aceptar que un personaje así exista en mis novelas para romper con el abuso de la buena conciencia, de cierta moralidad bien pensante que campea en las novelas comerciales. A mí me basta con la verosimilitud de Ovidio, aunque a veces haga cosas disparatadas. Y creo que eso ha funcionado en los lectores, porque Ovidio tiene un club de fans en Rosario. Aclaro: son fans de Ovidio; no de mí. Suena a una locura, pero es de las cosas más inesperadas y amables que me han ocurrido en la literatura.

¿Crees que la miserabilidad e inmoralidad de Ovidio Balán es atributo de un sector de la sociedad o algo de él se comparte?

Probablemente, pero traté de instalar al modelo “Ovidio” como mensaje de nada. Que exista la referencia a una sociedad corrupta, muchas veces miserable, no contempla una condenatoria mirada ética. No pretendo atribuir a mi libro esa clase de prejuzgamiento. Los personajes son, actúan, no bajan una línea moral sobre los hechos. Y a mí, como autor, me resultan atractivos esos tipos que bordean la ilegalidad, que se mueven en los márgenes.

Antonio Muñoz Molina ha dicho respecto de Valle-Inclán que éste concibió el esperpento como una respuesta de parodia y degradación estética al espectáculo degradado de la política y de la vida españolas de su tiempo. 

¿Crees que lo esperpéntico de Ovidio Balán y sus amigos responda a una apreciación similar tuya sobre Santa Fe o Argentina?

No. Por lo que decía en la respuesta anterior, creo que esa clase de juicios exceden al escritor, y que por lo general, no viene por ese lado la buena literatura. Ni por la romantización de la pobreza, ni por la execración del poder. Si uno se pone a escribir ficciones con la pretensión de dar mensajes, o corroborar hechos de la realidad, es mejor dedicarse al periodismo.

¿Pensaste en una novela ambientada en la primera Santa Fe o en alguna época histórica anterior a la contemporánea?

Sí, pensé una novela en tiempos de los jesuitas. Estudié bastante el tema, y avancé en la escritura hasta que la abandoné. Creo que hay algo ahí, en el jesuitismo, que ha sido fundacional en muchos aspectos, sobre todo en la aproximación de la Orden con los originarios; algo inédito y sincrético. Pero no me convencieron los borradores, y quedaron abandonados.

¿Todo tiempo pasado es mejor o es condicionante del presente?

Siempre el pasado condiciona el presente. Mejor o peor son categorías que no se pueden juzgar diacrónicamente.

¿Compartís con Borges la idea que “Somos los libros que nos han hecho mejores”?

A veces, sí. Pero esa sentencia deja afuera a los que no leen, que son muchos. A esos ¿qué cosa los ha hecho mejores o peores?

¿Cómo te relacionas con la poesía?

Bien, a distancia. Soy lector. No sirvo para eso; pero puedo ser un buen lector.

¿No hay nada nuevo bajo el sol en la literatura?

Siempre hay. Lo que no favorece su aparición es este sistema actual en el cual se han roto todos los instrumentos de validación literaria, y pareciera que todo da igual. Miles de autores nuevos surgen, publican en sellos ignotos, y nadie leerá esos libros. Es un problema grave el que produjeron los monopolios hegemónicos, y el abismo existente hasta las autoediciones. Para cada autor nuevo es cada vez más difícil ser considerado y leído cuando, paradójicamente, es más sencillo editar un libro.

Trayectoria

Novelas

  • 1994: La pasión en colores
  • 2000: Rutas argentinas
  • 2001: Un lugar inocente
  • 2008: Rencores de provincia
  • 2011: Banzai
  • 2015: La noche litoral
  • 2016: El canario
  • 2017: Jardín primitivo
  • 2019: El hombre de cristal
  • Cuentos
  • 1998: Larga noche con enanos
  • 2003: Voz de pez
  • Poesía
  • 2009: La sonámbula
  • Premios
  • 1994: Premio Alcides Grella por La pasión en colores
  • 1998: Mención Honorífica del Fondo Nacional de las Artes por Larga noche con enanos
  • 2008: Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes por Rencores de provincia
  • 2016: Premio Clarín de Novela por El canario