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Jorge Luis Borges tuvo durante toda su vida y a pesar de su ceguera una relación estrecha con el cine. Le gustaba hablar del biógrafo más que cinematógrafo, en el sentido que indica el crítico David Oubiña: biógrafo como representación o reproducción de la vida, un vehículo para mostrar personas, exteriorizar sus existencias; en cambio cine es escritura visual del movimiento. Tomaba al cine como espectáculo y lo evaluaba como una expresión artística del relato.

Desde 1931 y hasta 1945 publicó críticas y comentarios sobre cine en “Sur”, la revista de Victoria Ocampo, que fuera un faro de literatura y en la cual escribieron las mejores plumas de la época. Su primera colaboración fue en el invierno de 1931, acerca “Luces de mi ciudad (City Lights)” de Charles Chaplin y sobre “El asesino Karamasoff (The frères Karamasoff)” de Fedor Ozep. En “Discusión” incorporó algunos de esos textos. En particular críticas de películas de Chaplin, von Sternberg, Fleming y Vidor.

Borges veía en el cine una identidad con la sintaxis de los cuentos. Percibía lo breve y esencial de los films. Rescataba la posibilidad de descubrir en el cine una multiplicidad de eventualidades narrativas y conjunciones estéticas. Encontraba la similitud entre la literatura que amaba y el cine, cuando queda explícito el carácter ficcional y el uso del tiempo, que en las películas se conjuga con el montaje.

Expresaba en sus escritos sus puntos de vista que en general, no coincidían con los de la directora de “Sur”. Prefería un cine de aventuras. El western, donde encontraba la épica de los griegos y nórdicos y los films de gangsters eran sus géneros predilectos. Esa intención épica la vinculaba con una imposibilidad. Imposibilidad de personajes que realizan acciones heróicas pero no se encuentran integrados en ninguna comunidad. El típico cowboy solitario.

Revista Sur

Victoria Ocampo era amante del cine de autor. En cambio, Borges destacaba en el cine la posibilidad de exteriorizar las historias por encima de la reflexión intelectual de lo visto. Y en sintonía con la extensión de los cuentos, le interesa el formato de películas reducidas a un lapso corto y condensado.

Esa predilección se comprueba en su respuesta en una entrevista que concediera a The Paris Review en 1966, Borges afirma que el cine recuperó la épica.“La tradición épica ha sido salvada para el mundo por Hollywood, por improbable que parezca. Cuando fui a París, (…) y me preguntaron: ¿Qué clase de películas le gustan?, yo dije ingenuamente: Las que más disfruto son los westerns”. Años después en una charla con Antonio Carrizo en Radio Rivadavia que se volcó en el libro “Borges, el memorioso”, afirmó que valoraba el coraje en los westerns sobre todo porque él, con su sarcástico humor, se percibía cobarde. Reconocía la popularidad de este género, por el coraje, por el jinete, por la llanura. Y eso lo acercaba, según Borges, a los argentinos. En lo formal valoraba las escenas panorámicas de los westerns que le suman integridad y profundidad a la temática.

En “Nuestras imposibilidades” que incluye en el mencionado libro “Discusión”, Borges cuenta las características de las funciones de cine a que había concurrido, y en particular a las reacciones del público en función de lo que sucedía en la pantalla. Así critica a los espectadores por optar por festejar la humillación del vencido por encima de la felicidad del vencedor.


Una digresión personal: mucho de esa actitud permanece en la conducta de los simpatizantes futboleros cuando obtenida alguna presea, se priorizan cánticos burlescos por el destino de los derrotados en lugar del festejo por lo conseguido.

Discusión – 1932

Las películas de Joseph von Sternberg concitaron el interés de Borges, según aprecia Edgardo Cozarinsky en su libro “Borges y el cine” (texto que originalmente había sido publicado en la revista Sur en 1974). Incluso decía que los films del alemán son novelas realistas. En ellos rescata el montaje que mantiene saltos en el desarrollo de la trama, desapegada de una cronología estricta y simplificaciones en las escenas, privilegiando lo conciso de su lenguaje. Le reconoce una retórica que acelera, en momentos, el relato; las elipsis y el montaje preciso. Observa ello en sintonía con el ritmo que aparece en algunos cuentos tanto propios como de otros autores. Incluso reconoce que había tomado recursos estilísticos, narrativos y rítmicos de los films que había visto.

En ese libre juego de los tiempos que percibía y valoraba Borges, prevalece la alteración de cronos, que reconoce en sus cuentos. En el prólogo de “Historia universal de la infamia”, al referirse a la influencia de von Sternberg sobre todo en “Hombre de la esquina rosada” alude a “la brusca solución de continuidad y la reducción de la vida entera de un hombre a dos o tres escenas”.


Las opiniones que Borges expresaba en sus reseñas cinematográficas eran en función de espectador, no de especialista, sin mostrar interés incluso en el negocio del cine. Así, se expresaba libremente y muchas veces, provocaba con el humor tan sutil y típico de sus escritos.

Consideraba valorativamente que el cine permitía lo aleatorio, ilusorio e imaginativo mientras objetaba a los directores que se aferraban a la verosimilitud con su proliferación de justificaciones. Afirmaba que la percepción de la realidad que tienen los hombres es vaga; no necesariamente la realidad misma. Buscar ser excesivamente verosímil consigue que la realidad se desdibuje. Es imprescindible para Borges mantener la visión personal de cada espectador.

No escatima en marcar diferencias entre sus directores predilectos y aquellos que, en parte, aborrecía. Además del germano, elige a Hitchcock y valoriza a Orson Welles, fundamentalmente “El ciudadano”, las películas de Buster Keaton y desdeña a los cortos de Chaplin, no así sus largos (los que elogia) y parte del cine de Eisentein. En su particular mirada consideraba al cine como un espectáculo sin darle entidad de arte. En ese sentido según expresan Gonzalo Aguilar y Emiliano Jelicié en “Borges va al cine”, cuando dice que “la crítica es, en primer lugar, estética: si el cine es un arte bastardo, no tiene sentido tratarlo con los mismos criterios que se utilizan para las artes plásticas, que son puras”.

Ciudadano Kane

En la interacción entre los cuentos de Borges y el cine, como por ejemplo en “El atroz redentor Lazarus Morell” de “Historia universal de la infamia”, se percibe mucho de los films sobre las personas de raza negra como “Aleluya” de King Vidor. Y allí volvía a rescatar la épica de las personas de ese origen, con su valor para confrontar y resistir a costa de su propio destino.


A pesar de su descrédito por el cine nacional, tuvo una opinión favorable respecto de “Prisioneros de la tierra” mostrándose conmovido y sobrecogido. Incluso exalta la actitud del héroe al incitar a la rebelión contra la explotación patronal.