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Alejandría es el principal puerto, hoy, de Egipto, en la boca del Nilo; el faro de Occidente; el centro cultural del mundo antiguo; la cosmopolita ciudad de la mítica biblioteca. Una ciudad que fue el puente entre Europa y Oriente y el nexo entre el pasado y el presente. Además, fue la localidad natal de Constantinos Kavafis.

Kavafis nació en Alejandría el 29 de abril de 1863 en una familia griega originaria de Constantinopla, dedicada al comercio de telas con una importante posición económica. Se educó aprendiendo los idiomas francés e inglés. Kavafis fue uno de los tantos escritores que nunca publicó un libro en vida, a excepción de algunos poemas en revistas de Alejandría y Atenas y algunas hojas sueltas distribuidas a sus amigos. Cuando se conocieron sus poemas masivamente, se convirtió en un referente de la poesía griega, convirtiéndose en el mayor de los poetas neogriegos.

En su juventud, luego de la muerte de su padre, emigró con su familia a Liverpool. El fallecimiento de sus hermanos y circunstancias económicas adversas hicieron que vuelvan a Alejandría, donde, después de residir unos años en Constantinopla, se ganó la vida en un empleo de escribiente en el Servicio de Riegos del Ministerio de Obras Públicas, bajo jurisdicción inglesa, y que funcionaba en el Hotel Le Metropol. En realidad, su principal fuente de subsistencia fue apostar a la Bolsa local.

Su poesía es marcadamente influida por el Mediterráneo, en la confluencia de las distintas culturas, con el aditamento de su Alejandría natal, que era una ciudad que miraba al Mediterráneo y se sentía hermanada con Atenas, Roma y Constantinopla. Sumado a ello, su experiencia con la literatura inglesa forjó composiciones que lo diferencian de sus orígenes griegos. 

La poesía de Cavafis, pulcra y trabajosamente escrita, transita por la visión trágica y desesperanzada de la vida, la referencia permanente al pasado griego, a su amada Alejandría. Desde muy joven se vio interesado por el amor homosexual. De forma tal que se dice que luego de una visita al Museo Arqueológico de Atenas, en su diario, anota cómo lo había atraído el busto de Antínoo, el amante del emperador Adriano. 

La fluidez de su lírica genera una atracción que se combina con el tratamiento de los amores prohibidos, con un erotismo latente, en parte disimulado, pero sin duda, apreciable en su métrica. Procura dejar en claro sus intenciones y devaneos, larvada y subrepticiamente. Pero siempre, evidente. Como dice en su poema “Oculto”: “es solo por los actos más imperceptibles/ por los escritos más secretos/ que me conocerán tal como soy”.

Kavafis era amante de la buena vida, amigo de sus amigos, a los que recibía en su piso de calle Lepsius y de gentiles maneras. Tomó posición frente a consideraciones de implicancia social y humana. Se opuso a la pena de muerte y lo que se conoce como “darwinismo social”, la supremacía del fuerte sobre el débil. Su referencia a hechos y circunstancias históricas, no exenta de ironía, eran en función de expresar decadencias culturales de Occidente. No lo hacía desde un sentido de declinación cultural, sino inspirado en un sentimiento acongojado de pérdida. Sus poemas evocan el placer, la emoción, la herencia cultural trascendente, pero, además la alegría en un pasado evocativo (por eso de que los muertos “regresen/ y permanezcan en el poema”). Más, singularmente, su preocupación e involucración permanente ha sido por el respeto a la decisión sexual, lo que materializaba en una visión moderna y atípica para el final del siglo XIX y principios del XX, del amor homosexual, vinculado con el placer y la redención del cuerpo. “Recuerda, cuerpo, no tan solo cuánto te han amado/ no solamente las camas en las que te acostaste,/ sino también tantos deseos que por ti/ hacían destellar tanto los ojos,/ (…) Ahora que todo ya al pasado pertenece/ (…) recuerda, en los ojos que te miraban;/ como temblaban en la voz, por ti, recuerda, cuerpo”.

De forma tal que se manifiesta cautivado por “la imagen de un efebo,/ inasible como una sombra alada”. Y enmarca sus deseos, al reconocer que quisiera “liberarse/ de la marca del placer enfermizo/ de la marca del vergonzoso placer”. En algunos poemas, no esconde lo explícito del amor carnal, “Y allí sobre un lecho barato, miserable/ el cuerpo tuve del amor, los labios/ voluptuosos y robados de la embriaguez”.

En un plano más genérico, algunos especialistas dividen la producción poética de Kavafis en tres vectores. Los poemas de índole erótico, homosexuales; los históricos, referencias de antiguas tradiciones, desde los griegos posteriores a Alejandro, la dominación de Roma, Bizancio, el cristianismo y la convivencia con el paganismo –con sentido analítico, como se ha visto- y los que emiten una idea sobre la vida y la sociedad. 

La poesía de Kavafis ha implicado el interés de escritores como Giuseppe Ungaretti, Eugenio Montale, Alberto Moravia, Nikos Kazantzakis (autor de Zorba, el griego y La última tentación de Cristo), T.S. Elliot, Jaime Gil de Biedma y el Premio Nobel de Literatura español Vicente Aleixandre. Ezra Pound lo llamó un poeta del futuro. Además, mantuvo una relación de intenso respeto mutuo con E.M. Forster, el autor de “Pasaje a la India”, quién siempre intentó, infructuosamente, publicar los poemas de Kavafis en Inglaterra. Por otra parte, el británico nacido en India, Lawrence Durrell lo ha homenajeado con la figura del “viejo de la ciudad” en su “Cuarteto de Alejandría”, donde incluso en el primero de los libros, Justine, se evoca el poema de Kavafis “La ciudad”, aquel que dice “No hallarás otra tierra ni otro mar/ (…) La vida que aquí perdiste/ la has destruido en toda tierra”, y el Premio Nobel de Literatura John Maxwell Coetzee ha tomado, del poeta, el nombre del poema “Esperando a los bárbaros” para su libro homónimo. 

A propósito, el poema “Esperando a los bárbaros” alude a la alquimia entre temor y esperanza; entre ansiedad y concreción; entre dificultad y solución; entre independencia y dominación. La inminencia de un arribo que oculta la incompetencia propia. Así, la incapacidad de enfrentar los problemas y asumir la responsabilidad de resolverlos. “la noche cae y no llegan los bárbaros/ Y gente venida desde la frontera/ afirma que ya no hay bárbaros/ ¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros/ Esta gente, al fin y al cabo, era una solución”.

Recién luego de su muerte tuvo la consideración y la valoración acorde con su calidad literaria. El escritor, periodista y crítico cinematográfico Goffredo Fofi ha dicho que “El más discutido entre los poetas neogriegos se reconoce por fin como el más grande, pero también es justo que se piense en su obra como en una gran reflexión sobre la historia de los pueblos y la condición humana, sobre la precariedad de la civilización y la existencia de cada uno, y en ella, de la felicidad y el placer”.

Finalmente, de igual manera que Kavafis había colocado en su pasaporte, en el rubro “Profesión”, en su lápida, además de su nombre y la fecha de su muerte, el 29 de abril de 1933, sólo quedó grabada la palabra: “Poeta”.