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Este convulsionado siglo XXI transita entre la tecnología, el escepticismo y el individualismo sin que los intelectuales hayan podido esbozar con criterio atendible cuál será la característica distintiva ni específica del siglo ni cuál es el destino de la humanidad.

En el siglo XX con sus horrores, vejámenes y desencuentros, es opinión de algunos de los más importantes pensadores que tal vez, lo que haya definido al siglo, haya sido el absurdo.

Eugène Ionesco, uno de los referentes de esa corriente, afirma que “absurdo es lo desprovisto de propósito. Separado de sus raíces religiosas, metafísicas y trascendentales, el hombre está perdido, todas sus acciones se transforman en algo falto de sentido, absurdo, inútil”.

Y entre varios de los más importantes representantes del absurdo existencialista, uno que tiene relevancia superlativa es Samuel Beckett.

Samuel Barclay Beckett había nacido el 13 de abril de 1906, de padres franceses (de allí que el apellido originalmente era Becquet), de religión protestante y de cierta fortuna, en la casa Cooldrinagh, una gran mansión con jardín y cancha de tenis en la Avenida Kerrymount del barrio residencial de Foxrock, en las afueras de Dublín, Irlanda. 

Irlanda tiene una importante tradición literaria. Cuatro Premios Nobel de Literatura son nativos de Irlanda. Además de Beckett (que lo recibió en 1969), George Bernard Shaw, William Butler Yeats y Seamus Heaney fueron galardonados con el Nobel. 

Por otra parte, también nacieron en ese país, Jonathan Swift, Oscar Wilde y James Joyce. También Bram Stoker, el autor del “Drácula”, Maeve Brennan, William Trevor y en años más próximos, Claire Keegan, John Banville y Sally Rooney.

Cuando Beckett era estudiante se interesó por el teatro y el cine, con especial interés en Charles Chaplin, Buster Keaton, Laurel & Hardy (El gordo y el flaco) y en particular, los hermanos Marx. El escritor Thomas MacGreevy le presentó a James Joyce, con quien luego mantuvo una vinculación muy estrecha y fue su asistente. De él recibió su impulso inicial, compartió el interés por la lingüística y por Dante, pero más adelante eligió diferenciarse, tal como afirma el crítico literario Frederick R. Karl en el prólogo al libro de Beckett “El innombrable”, “Beckett es un Joyce que se ha avinagrado, un Joyce sepultado después de Ulises (…) en literatura se encuentra más próximo a Proust, Céline, Sartre, Camus y Ionesco, así como a escritores experimentalistas como Robbe-Grillet y Nathalie Sarraute, que a los novelistas ingleses de los últimos cien años”. 

Beckett en sus primeros años recibió educación en la Portora Royal Scholl de Enniskillen en Irlanda del Norte, institución pública a la que concurrió también Oscar Wilde y luego en el Trinity College de Dublín, para estudiar lenguas romances. 

Más adelante, decidió acudir a la intelectualidad burguesa de Paris, foco cultural de comienzos del siglo XX, donde conoció a Joyce. Por otra parte, mantuvo una relación profesional cercana con William Butler Yeats. Optó por escribir en su lengua de adopción y se interesó por el existencialismo. Encontró motivación teórica en los textos de Antonin Artaud, “El teatro y su doble” y las ideas sobre el absurdo de la situación y del destino del ser humano desarrolló Albert Camus en “El mito de Sísifo”. 

En cuanto a la forma de construcción dialéctica y semántica, la escritora y traductora María Baiocchi afirma: “Beckett procede por sustracción, llega a la desertificación, a la afasia, y trabaja sin red, en el vacío, sobre lo negativo, sobre los silencios, sobre la desintegración de la palabra, reducida a sonido, a balbuceo, a gritos.” Ronan McDonald, suma que Beckett “es un autor que desafía los conceptos de significado e interpretación”

En el prólogo mencionado más arriba Karl dice “Beckett capta el nihilismo y el pesimismo del hombre que no cree ni en Dios ni en sí mismo. (…) Aquel momentáneo y casi ilusorio fulgor de esperanza que ve Camus en el absurdo trabajo de Sísifo, Beckett lo transforma en la desesperada búsqueda del hombre por encontrar lo que le serán negadas por siempre jamás”. 

Un hecho luctuoso de su propia vida se puede aplicar a lo irracional de acciones humanas y que forma parte de esa desorientación que, en circunstancias, mueve a los hombres. En la noche del 6 de enero de 1938, fue apuñalado en una calle de París por un proxeneta que le había ofrecido servicios de sus pupilas sin que Beckett los aceptara. Estuvo en riesgo de muerte, dado que las cuchilladas le atravesaron la pleura y rozó el corazón y un pulmón. En la oportunidad que Beckett pudo preguntarle a su agresor, curiosamente apellidado Prudent, el motivo de su ataque. A lo que éste contestó: “No lo sé, señor. Lo siento”.

Respecto a lo central de sus escritos, Beckett alude a “Misterios dolorosos del existir, de los que se convertirá en un símbolo Esperando a Godot, obra maestra absoluta del teatro del absurdo, fruto de un interés obsesivo por el lenguaje y, al mismo tiempo, metáfora de heridas insensatas” dice la escritora y traductora María Baiocchi.

Como dice Xavier Coronado en su artículo “Samuel Beckett y la lucidez del absurdo” en el periódico Jornada de México, “Samuel Beckett desarrolla en su obra una visión filosófica oscura y desamparada sobre la naturaleza del ser (…) Un modelo narrativo con antecedentes en Kafka y en Camus, que ha influenciado a autores como Thomas Bernard y Peter Handke”. También se puede decir que su modo de expresar la angustia del hombre es posible percibirlo en otros autores como Václav Havel, Harold Pinter, Fernando Arrabal, William S. Burroughs, J. M. Coetzee, Trevor Joyce, Catherine Walsh y el filósofo Jacques Derrida.

Beckett escribió poesía y narrativa. También obras para radio y televisión. Publicó varias novelas. Entre ellas, las más conocidas: “Murphy”, “Watt”, “Malone”, “Molloy”, “Malone muere” y “El innombrable”, pero se lo reconocido mayormente por sus obras de teatro. Las más relevantes “Esperando a Godot”, “Final de partida”, “La última cinta” y “Los días felices”.

Referido a “Esperando a Godot”, Vladimir y Estragón, los dos protagonistas que están en un páramo desolado, una carretera rural y esperando a un Godot indefinido, dialogan manteniendo una tensión que bien semeja la inquietud que gobierna la vida del ser humano. En toda la obra Beckett expresa la coherencia de un sinsentido elocuente en una sucesión de expresiones absurdas que de tan cotidianas que son, las encontramos próximas y habituales. En igual sentido que Susan Sontag en su conocida obra “Contra la interpretación”, Beckett siempre negó asignarle una interpretación concreta a Godot. Incluso frente a numerosos espectadores y lectores que “interpretaron” que Godot era Dios, Beckett fue tajante: “Si por Godot hubiera querido decir Dios, habría dicho Dios y no Godot.”

“Esperando a Godot” es un drama en el que, a primera vista, nada ocurre, pero, sin embargo, mantiene al espectador atraído y perplejo durante los dos actos, en los que nada ocurre.

La imposibilidad e incapacidad humana de discernir la razón de la existencia del hombre y su papel en el mundo y la historia queda acreditado en la obra de Beckett. Su teatro incorpora la soledad y el desamparo de la existencia y con una característica minimalista, sus textos son austeros, despojados, plenos de humor corrosivo y certero. Es más, siempre evaluó la pertinencia del silencio cuando no hay palabra que sea significativa

Samuel Beckett fue un activo colaborador de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, actuando como mensajero y traductor en una cédula que se denominó Gloria. Para no caer detenido por la Gestapo, huyó caminando hasta Roussillon, en el sur de Francia, en el territorio libre de la ocupación alemana. Por otra parte, en sus apetencias lúdicas, fue un entusiasta jugador de ajedrez. 

En 1969 recibió el premio Nobel “por su escritura, que, renovando las formas de la novela y el drama, adquiere su grandeza a partir de la indigencia moral del hombre moderno”. Acorde con su filosofía, cuando recibió la invitación a la entrega del premio Nobel en Estocolmo, la rechazó, argumentando que “no tenía nada que decir” y que prefería mantenerse en silencio. Falleció, hace treinta y cinco años, el 28 de diciembre de 1989.