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Una capilla ardiente en el mítico estudio 5 de Cinecittà; un funeral en la Basílica de Santa María de los Ángeles en la plaza de la República de Roma y un traslado para ser sepultado en su Rímini natal fue la despedida de Federico Fellini, el 31 de octubre de 1993. Un derrame cerebral sufrido en Rímini, en la costa romañola a la vera del Adriático, había preanunciado el final.

Federico Fellini fue, tal vez, el artista italiano más relevante del siglo XX. Director, guionista, visionario, personal, onírico, desafiantemente surrealista, fantástico y satírico, su cine se inscribe en las obsesiones, ambiciones y sueños de un hombre, como él, inmerso y comprometido con el siglo que le tocó vivir.

Enorme creador, ha suscripto varias de las películas más emblemáticas del neorrealismo italiano y de la etapa posterior al mismo. Su talento ha sido reconocido por múltiples premios. Entre ellos, es el único director europeo cuyas películas han recibido 4 Óscars de la Academia de Cine y Ciencias Cinematográficas de Hollywood: “La strada” (1956), “Las noches de Cabiria” (1957), 8 ½ (1963) y “Amarcord” (1974) a los que se suman un Óscar Honorario en 1993; además de premios en los festivales de Cannes, Venecia y el David de Donatello (principal premio del cine italiano), entre varios de los más importantes.

En su infancia disfrutaba del cine “Fulgor” en su pueblo natal. Allí según cuenta en “Yo, Fellini”, en diálogos con Costanzo Costantini, la primera película que vio fue “Maciste en el infierno”, film mudo italiano sobre el héroe creado por el poeta Gabriele D’ Annunzio para el mítico film “Cabiria” y que con su marca dejó recuerdos en Fellini.

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Al llegar a Roma, en la década del 40, comenzó a trabajar como ilustrador de viñetas y escritor de guiones radiofónicos. Había dibujado caricaturas en los bares de Florencia, por poco más que comida. Se acerca al cine al comienzo del neorrealismo, participando del guión de “Roma, città aperta” de Roberto Rosellini, en 1945. Desde ese momento solo quiere ser realizador.

A partir de esa incursión, comenzó a construir una sólida carrera cinematográfica, imprimiendo un personal estilo, “felliniano”, adjetivo con lo que se identifica a lo barroco, onírico y excesivo. Por tal razón, en el contexto de la corriente del neorrealismo, Fellini intenta una perspectiva propia, particular. Ha expresado el notable crítico español Manuel Villegas López, “la aportación fundamental de Fellini a la necesaria renovación del neorrealismo es la creación de un neorrealismo poético; más aún, de un neorrealismo romántico, valga la contradicción, porque la vida es contradictoria por definición”.

Ha reconocido su admiración por los referentes cinematográficos de los géneros populares, fundamentalmente por Charles Chaplin y Buster Keaton. La subjetividad de su visión, el recurso de la memoria, la recreación de los recuerdos,  los fantasmas interiores y el circo en su cine, por su parte han influido significativamente a grandes creadores. David Lynch, con su acercamiento a los mundos paralelos y el desorden surrealista cotidiano y Tim Burton, con el cómic y el género fantástico, apartándose de la realidad y reconstruyéndola son dos de los directores que han expresado cuánto los ha motivado el cine de Fellini. Así Lynch, afirma: “El cine (de Fellini) es un lenguaje hermoso que puede contar tanto abstracciones como cosas concretas” y Burton, “no era de crear imágenes por crear imágenes, yo podía sentir el corazón detrás de ellas. Eso es lo que su trabajo significaba para mí, esas cosas no tienen por qué ser literales. No tienes que comprender todo”.

Tim Burton

Pero ellos no son los únicos que se han sentido imperados por Fellini. Una larga lista de directores dispares, de los mejores del siglo XX, como Woody Allen, Pedro Almodóvar, Terry Gillian, Peter Greenaway, Wes Anderson, Martin Scorsese, Rainer Werner Fassbinder,  Giuseppe Tornatore, Nanni Moretti, Roberto Benigni, Stanley Kubrick y nuestro Leonardo Favio se han mostrado imbuidos de la huella felliniana.

Fellini ha privilegiado la creación de tipos humanos, afectados por la realidad pero obsesionados por la esperanza y los sueños, en pos de una poesía que se aparta del dolor y el desencanto y persigue una vital identificación por los humildes.

Cada una de las películas de Fellini configuran una obra de arte en sí. Con la estética, el tratamiento, el sonido, el enfoque derrochan calidad, emoción y sentimiento. Como ha dicho Martin Scorsese, “se pueden decir muchas cosas sobre las películas de Fellini, pero hay una que es incontestable: son cine y su obra supuso una contribución enorme a la hora de definir el séptimo arte.” 

Amarcord

Tal vez una de las más personales y entrañables, por tratar de los recuerdos infantiles de Fellini, es “Amarcord”, de la que se cumplen cincuenta años de su estreno, el 18 de diciembre de 1973.

“Nuestros sueños son nuestra vida real”, ha dicho Fellini, y Amarcord, es la vida, la memoria que derrota el olvido. El título se derivaría de un “yo me acuerdo” del dialecto romañolo, y el film es un viaje a un pueblo, al borde del mar (sin que lo precise Fellini, bien puede ser su Rímini), durante un año, en lo que no pasa nada extraordinario, solo la vida de un grupo de personas con eje en una familia, de padre, madre y dos hijos, un tío y el abuelo. Se focaliza la acción a partir de uno de los hijos (Titta Biondi) y el deambular cotidiano. Alrededor de la Gradisca, a la que se ve como la Greta Garbo local, una peluquera exuberante, deseada por todos, o la Volpina, una prostituta ninfómana, a la que se la considera como enajenada.

El director consigue una hermosa película nostálgica sobre la infancia y la pérdida de la inocencia en un ambiente de totalitarismo, con el comienzo del fascismo, y la fascinación que provocaba en un sector de la sociedad y por otra parte, una moral determinada por la religión, con la influencia decisiva de la iglesia católica expresada principalmente en la represión sexual. En esa visión de pueblo, vislumbra lo negativo, lo oscuro, lo retrógrado, pero no alejado de la visión individual. “Tengo la impresión que el fascismo y la adolescencia continúan siendo, en cierta medida, estaciones históricas permanentes de nuestras vidas: adolescencia en nuestras vidas individuales, fascismo en nuestra vida nacional”, ha expresado Fellini a propósito de la temática de la película.  

La Strada


Es una evidencia de un retrato de un provincialismo como expresión ética del pensamiento y del sentimiento a la vez. Hay un sentido de reflejar la aldea para expresar al país o al mundo. Y en un plano más general, es como en todo film de Fellini, “se parece al sueño que encierra las verdades más profundas de nuestra mente, de nuestra esencia humana”, como él mismo lo ha expresado. 

Fellini recreó parte del pueblo en el Estudio 5 de Cinecittà con su dosis de magnético artificio, como un mar de plástico y recurrió a sus habituales colaboradores. Así, la recordada melodía inicial de Nino Rota y el resto de su música imperecedera permanece en el recuerdo. La creación indisociable entre Fellini y Rota aporta la adaptación de temas populares para las bandas de sonido de sus películas, situación que no es ajena en “Amarcord”.  La fotografía de Giuseppe Rotunno, por otra parte, es un aporte sustancial para identificar una época y lugar preciso y expreso.

Numerosos films son indisimulables referencias concluyentes de “Amarcord”. “Cinema Paradiso” “Malena” de Giuseppe Tornatore, y “Dias de Radio” de Woody Allen, son algunos de ellos. La impronta de Fellini permanece en cada historia en que se recurra a la memoria, los sueños, las ambiciones y las obsesiones, porque como él ha dicho “el único realista de verdad es el visionario” y “nuestros sueños son nuestra única vida real”.