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Federico García Lorca, un vate recordado y admirado, generó en vida numerosos afectos y amores. Algunos consumados, otros envueltos en un criterioso manto de dudas y misterio.

Cuando lo asesinaron, el 18 de agosto de 1936, sus verdugos no pudieron evitar que brote la semilla rebelde de obras cumbres tales como el Romancero gitano, Bodas de Sangre o La casa de Bernarda Alba. Era una persona valiente, de definiciones claras. “El teatro es una escuela de llanto y de risa y una tribuna libre donde los hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equivocadas y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y el sentimiento del hombre”, supo decir.


Sus biógrafos destacan que una estada de 18 días, durante febrero de 1934, en Uruguay le sirvió a García Lorca para entender que su producción trascendía los límites de España. De allí la importancia de ese viaje, que incluyó tertulias, conferencias, entrevistas y encuentros.

Hay una relación muy peculiar y que tiene características llamativas. En “El amante uruguayo”, el escritor peruano Santiago Roncagliolo alude a una vinculación entre el escritor uruguayo oriundo de Salto Enrique Amorim y Federico García Lorca, historia plagada de hechos y situaciones no verdaderamente probadas; entre ellas la propia relación amorosa entre ambos escritores.

Enrique Amorim

Santiago Roncagliolo refiere que se acercó a la historia de García Lorca y Amorim por escritores granadinos que lo interesaron por una versión que había trascendido respecto al hurto de los restos del escritor español por parte de Amorim y su traslado y final deposición de los mismos en una urna enterrada junto al monumento que se erige en la ciudad salteña.

Amorim, miembro de una familia de ganaderos, fue autor de cuentos y novelas. Algunos, como “La carreta”, su libro más conocido y exitoso, vinculados con el ámbito rural. Se acercó a ideas de izquierda, incluso en 1947 se afilió al Partido Comunista. En una de sus habituales visitas a Buenos Aires se había vinculado con el grupo de Boedo. Mantuvo correspondencia con Jacinto Benavente y se decía amigo de Jorge Luis Borges, con quien estaba emparentado dado que la esposa de Amorim, Esther Haedo, era prima de Borges.

Enterado de la visita de Federico García Lorca al río de la Plata lo conoce en Montevideo y, según se cuenta, quedó prendado de él a nivel artístico, e incluso habría comenzado una relación amorosa.


El libro relata no sólo la supuesta relación entre ambos, sino también algunas anécdotas personales del autor uruguayo, como que se habría hecho pasar por Jean – Paul Sartre en una supuesta reunión de Picasso y Chaplin en Francia. Reunión que confirma Chaplin en sus memorias, manifestando que en la misma había tres personas: Picasso, él mismo y Jean-Paul Sartre, lo que podría presumir la sustitución de personalidad afirmada por Amorim, más allá que la diferencia física entre ambos era más que notoria. O la convocatoria en su chalet “Las Nubes” en Salto, a una reunión de dirigentes comunistas en 1948 entre los que se encontraría Pablo Neruda y Luis Carlos Pretes, para establecer la estrategia del Partido frente a la represión de los gobiernos sudamericanos, y el desarrollo de una Internacional Comunista.

Enrique Amorim y Federico García Lorca

Amorim había gestionado la construcción de un monumento a Horacio Quiroga, otro salteño, a quien había conocido en Buenos Aires, e incluso lo había visitado un mes antes de su suicidio en el Hospital de Clínicas donde éste estaba internado. Las cenizas del autor de “Cuentos de amor, locura y muerte”, fueron llevadas a Salto por Amorim.

La trama del libro mencionado se torna interesante por la magnética personalidad de Amorim y en particular por las circunstancias que se produjeron en la inauguración del monumento a Garcia Lorca en la zona de Piedra Alta en la Costanera Sur de Salto el 6 de Diciembre de 1953, aniversario de la fecha del asesinato del español. En esa zona de Salto se encuentra también el monumento a Quiroga y otro dedicado a Victor Lima.

El monumento, un monolito compuesto por un muro rectangular, cuenta en su frente con la transcripción de versos que Antonio Machado suscribió con motivo de la muerte de García Lorca, con características de epitafio: “Labrad, amigo, de piedra y sueño, en el Alhambra, un túmulo al poeta, sobre una fuente donde llore el agua, y eternamente diga: el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!”.

El amante Uruguayo – Santiago Roncagliolo

Fue el primer monumento en realizarse en el mundo a su memoria y según se puede probar en diarios de la época, Amorim organizó una multitudinaria ceremonia para ese evento, con características de homenaje fúnebre. Entre una multitud de personas participó la extraordinaria actriz Margarita Xirgu, que se encontraba exiliada en Buenos Aires, conjuntamente con miembros de la Comedia Nacional Uruguaya entre las que habría estado China Zorrilla, recitando tres fragmentos (entre ellos, el final) de “Bodas de Sangre”. Al dirigirse Amorim a los concurrentes, tiene palabras que sonaron (y suenan) enigmáticas “Aquí, en este modesto pliegue del suelo que me tendrá preso para siempre, está Federico”, que podría dar a entender que en una misteriosa caja blanca enterrada detrás del monumento se encuentran los restos.

Ian Gibson, el más conocido de los biógrafos de García Lorca, quien había participado en las excavaciones en la fosa común del paraje de Fuente Grande, en Alfacar, a 9 kilómetros de Granada, y en las que no se encontró ni los restos del autor español ni de ninguna otra persona, niega absolutamente la versión de Amorin por considerar que para poder llevar a cabo semejante acción, se debía contar con la autorización de Franco para sacar los restos de España, algo impensable en opinión del autor, porque una operación de tal envergadura habría sido imposible de silenciar.

La historia que relata Roncagliolo en su libro, con las ambigüedades y falta de confirmación a la que la ausencia de los protagonistas obliga, es una atrapante crónica de una época de una vida muy activa de los intelectuales que fueron forjando las mejores páginas del siglo XX. Y queda la certeza que si bien no se conoce dónde han ido a parar los restos de García Lorca, su glosa anida en cada espíritu sensible que se descubre conmovido con la obra magnánima de Federico.