Abbas Kiarostami posibilitó el conocimiento internacional del cine iraní que hasta ese momento (1997) no tenía, y se fortaleció no sólo por la calidad de las películas sino también por la temática. El cine era el instrumento por el cual se internalizaba en la sociedad y se conocía en el mundo la crítica social con el inveterado recurso semántico de burlar la censura mediante las metáforas artísticas.
El ejemplo más significativo de eso fue “El sabor de las cerezas ” (1997) que fue escrita y dirigida por el nombrado Abbas Kiarostami, talento reconocido por críticos como Jonathan Rosenbaum y cineastas como el recientemente fallecido Jean-Luc Godard. Había obtenido la Palma de Oro en Cannes y el Premio al Mejor Film en Idioma extranjero dado por The National Society of Films Critics y el Premio de Boston Society of Films Critics y que en oportunidad de su estreno en Argentina tuvo un efecto multiplicador desde la histórica sala Lorca en calle Corrientes a varios cines en todo el país.
Es una historia de caminos polvorientos, sufrimiento latente y un hombre que busca (sin decir nada) modificar un destino que cree insalvable y necesita un testigo para su suicidio. El escenario de un Irán de árboles añosos, campos áridos, hombres y mujeres sufridas, espíritus abatidos y un albur desdeñado.
Largas colas en los cines, semanas de exhibición (sobre todo en Buenos Aires), críticas muy elogiosas y un boca a boca que fue extremando la trascendencia de un film distinto, de una cálida y humana belleza que puso en relevancia a un director conciso, brillante y personal y un cine que era infravalorado o incluso despreciado hasta ese momento.
Abbas Kiarostami se ha acercado a los ambientes rurales en otros films destacables. Son historias melancólicas y sus personajes que deambulan entre la insatisfacción, la amargura y la falta de esperanza.
En el concierto internacional fue sucedido por Jafar Panahi que le sumó una conflictiva relación con el poder al desnudar la teocracia dictatorial que gobierna Irán desde hace decenas de años, lo que le valió la censura y la imposibilidad (eludida gracias a estratagemas originales) de filmar en su país y así poder difundir sus trabajos en el exterior.
No obstante ello, Jafar Panahi se encuentra imposibilitado de filmar, ha estado preso y censurado en Irán, en una altamente criticable actitud de represión de la libertad de expresión artística y sin embargo ha hecho obras importantísimas como “Tres caras” (2018), con una características de falso documental y en su camioneta dado que no le es posible filmar en estudios o en lugares donde pueda ser detectado como realizando una película.
En ese film Panahi se dirige junto con una actriz iraní reconocida en auxilio de una joven que ha enviado un video reclamando ayuda para escapar de su aldea y su familia conservadora. En ese trayecto y el encuentro de ese ámbito casi rural Panahi plantea las inhóspitas condiciones de vida de las mujeres en ese país.
Asghar Farhadi es, entre otros, el continuador intelectual y social de esos grandes creadores en el cine iraní. Ya había cautivado a los públicos sensibles con “La separación” (2011), que le valió un Oscar, un Oso de Oro y el Premio del Jurado para el director en Berlín entre otros premios y El viajante” (2016), con el que obtuvo su segundo Oscar.
Ahora consigue con “Un héroe” (2021) un film imponente. Farhadi utiliza todos los resortes argumentativos para conseguir una historia que se va desarrollando en un oscuro laberinto interior bajo un esquema de capas de cebollas que van envolviendo, perjudicando y angustiando al protagonista con dosis de suspenso (que a veces se torna insoportable), emoción, angustia, desencanto y (en casi partes iguales) empatía e indiferencia con el calvario del protagonista.
Un preso por deudas (enorme observación sobre la justicia iraní) que en una salida autorizada intenta saldar su compromiso se ve envuelto en una sucesión de eventos desafortunados que lo van introduciendo en incidentes cada vez más comprometidos, mientras su trasfondo familiar que, en un primer momento colabora y ayuda a su objetivo, muta luego en críticas y observaciones frente al comportamiento a que se ve obligado el protagonista.
Actitudes altruistas, personas comunes, vida rutinaria, situaciones indeseadas; son elementos distintivos y fundamentales en esta historia que transcurre en el interior de un Irán indolente y discriminador donde la figura de la mujer es absolutamente menospreciada, desde la vestimenta, con la obligación permanente de ocultamiento del cuerpo, hasta el sometimiento al hombre que es lacerante e indiferentemente tolerado.
La vida familiar y cotidiana exhibida en escenas grupales le sirve al director para elocuentemente fundar un punto de vista en relación con la solidaridad que se genera alrededor de aquellas personas que se encuentran en una situación complicada, pero capitulan ante el extraño que esgrime poder como por ejemplo se ve en la escena en la cual luego que Rahim, el protagonista estalla su desazón y nerviosismo contenido y reacciona contra el empleado de la cárcel que se acercó al domicilio de aquél para filmar al hijo tartamudo y de esa manera influir en la opinión de la sociedad y salvar la responsabilidad del director del penal en una maniobra que no había salido como se esperaba. Ese es sólo un ejemplo de cómo Farhadi elabora un argumento con delicados hilos engarzados que van enredando dramáticamente a Rahim y lo hace deslizar en un tobogán de aflicción y desencanto creciente.
Por otro lado, no todo es evidente ni palmario. Es necesaria la colaboración del espectador para conectar los hechos que se van sucediendo e intercalando con una sorprendente dosis de misterio y entresijos. Esa actitud del guionista (y director) no hace más que enaltecer el valor del film al interpelar a la inteligencia del público.
Es un film contundente y doloroso. Ambiguo y punzante. Emocionante y enternecedor. No se puede permanecer indiferente ni prescindente frente a esta historia en un marco de una sociedad en la cual hay cárcel por deudas y pena de muerte por delitos. Es un golpe de realismo y amerita reflexionar sobre un escenario que, en parte, semeja lejano pero en otro, como en la hipocresía de las entidades benefactoras, es tan próximo como es también próxima la miseria de una condición humana que exige cumplimientos estrictos sin atender conmiseraciones ni necesidades.
Es imprescindible ver esta película de un director que ha hecho méritos más que valederos para ser considerado uno de los grandes autores del cine contemporáneo.