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Cuando se llega a la senectud las condiciones de vida que debieran ser acordes a esa etapa, no siempre lo son. Y aquello que tantas veces se declama, de la valoración de la experiencia, termina quedando en frases huecas, vacías y engañosas.

El cine, en estos últimos tiempos, se acercó a la vejez en, por lo menos, tres películas que tratan con respeto y valiosas observaciones a la problemática de aquellos que deben transitar esas edades.

“Amor (Amour)” (2012) es una delicada, intensa y cuestionadora película de Michel Haneke, un director que se caracteriza por elaborar guiones crudos y profundos. Trata sobre una pareja de ancianos encerrados en un departamento de Paris. La evolución de la enfermedad de la mujer, interpretada por Emmanuelle Riva (la recordada actriz de “Hiroshima, mon amour”), la va desgastando física y psiquicamente, generando en su esposo (una actuación extraordinaria del recientemente fallecido Jean-Louis Trintignant) un acompañamiento amoroso y sensible que no elude reacciones humanamente comprensibles pero que son de una peculiar dureza. La hija (Isabelle Hupert) completa el elenco principal de un film que es compasivo con el deterioro de la situación, sin embargo altamente poético sin escatimar en exteriorizar un certero realismo.

“Algunas horas de primavera (Quelques heures de printemps)” (2012) de Stéphane Brizé, es un fino ejercicio de interpretaciones intimistas y profundas. Un hijo (Vincent Lindon) que retorna a la casa paterna luego de haber permanecido preso por contrabando de canabis y se reencuentra con su madre (Héléne Vincent) sometida a una enfermedad terminal. Logra el director un tratamiento preciso, austero y concreto en la relación hijo-madre que se desarrolla en una atmosfera de pesadumbre y desánimo. Del hijo, por la dificultad de la reinserción en una sociedad prejuiciosa y discriminadora. De la madre, por percibir el detrimento en su calidad de vida y su destino inexorable.

Son seres con limitaciones espirituales y sentimentales que les impiden manifestar sus emociones. Transcurren almuerzos y diálogos que desandan un tiempo que parece desligarse de la inmediatez pero supone, también, un acercamiento a una realidad inclemente. De forma tal que se entiende comprensible que se plantee con la severidad que supone la situación, la opción por la eutanasia por parte de la madre. Una elección que interpela y subordina cualquier otra visión intolerante respecto a las decisiones personales.

Finalmente “El Padre (The Father)” (2020), es una película de hondo dramatismo. Encara la vejez desde un costado también amargo, la pérdida de memoria en un cuerpo que no tiene otros desgastes visibles.

Anthony Hopkins, sobrio e impecable como siempre, compone al padre de esta historia con una actuación convincente y comprometida, corriendo los riesgos propios de encarnar a alguien de su edad (en una escena el personaje, que se llama Anthony, dice su fecha de nacimiento, es la misma del propio Hopkins) y sin desbordes para conseguir una actuación de antología.

Hay escenas que son de una pureza y calidad notable. Logra mantener un estilo contenido durante gran parte del film. Solo su máscara se desarma cuando, al final, se ve sólo, y entre llantos, busca refugio en (el recuerdo de) su madre. Es omnipresente con el consiguiente riesgo que ello implica, porque toda la película gira en torno a la debilidad mental del personaje.

Todo lo que sucede, acontece en la mente de Anthony, y la confusión que se representa no hace más que exteriorizar las dificultades que la senilidad provoca.

La relación de dependencia hacia su hija es el más claro síntoma de orfandad en que se ve envuelto. El rechazo persistente y permanente a la ayuda externa, sea asistente o médico, fruto de su inseguridad, lo muestra con la mayor impotencia. El galimatías cotidiano a que es sometido, expone su deterioro y dependencia con mayor crudeza.

La hija, Anne, interpretada magníficamente por Olivia Colman, debe mantener la compostura ante la acometida que, permanentemente, impulsa Anthony por mantener la situación que, él, considera como normal, sometiendo a su hija a manipulaciones y una continua dependencia.

Es claro que son situaciones en las cuales resulta muy difícil y de carácter personalísimo, la decisión que deba tomarse. No siempre el camino se ve claro y definido. Lo que puede entenderse como abandono, puede ser también, avanzar en procura de propia defensa. Las miradas ajenas, no son las más adecuadas para entender cada situación y cada relación.-

Florian Zeller, autor también del guion, consigue una obra donde se transmite el sentimiento sin caer en sensiblería; se pone en relieve la decadencia y su dificultad para encararla; se exterioriza la humanidad por sobre todas las cosas.

Los ambientes del departamento, cálidos y acogedores, son adecuadamente fotografiados y la música y los demás efectos técnicos se suman a la ejecución de una pieza de orfebre, que muestra con claridad su origen teatral sin que ello vaya en desmedro del ritmo, el que es, consistente y logrado.

Es la vejez un tiempo al que siempre se lo considera lejano. Estas tres películas nos impulsan a ponderar la necesidad de meditar sobre una etapa que, gracias a los avances científicos, se vislumbra más extensa, y exige una consideración que elimine la imprecación de la senectud.