Skip to content

Los Kennedy eran una familia de origen irlandés de La Paz, once hijos que residían en la estancia “Los Algarrobos”, distrito Estacas. El padre, Carlos Duval Kennedy era hijo de Henry, un médico que hacia 1836 se había asentado en Paraná. La madre, Rufina Cáceres estaba emparentada con Genaro Berón de Astrada, que había sido gobernador de Corrientes y murió en la batalla de Pago Largo, cerca de Curuzú Cuatiá, luchando contra las tropas del gobernador entrerriano Pascual Echague.

En el siglo XIX, los inmigrantes irlandeses, empujados por soportar épocas de pobreza extrema, además de pestes que afectaron sus cultivos y el hambre que había matado a más de un millón de personas en Irlanda, optaban entre ir a los Estados Unidos o venirse a la Argentina, como también lo hicieron los inmigrantes italianos.

Descendientes de los Kennedy argentinos (y los hermanos en particular), aseguran tener un parentesco lejano con los célebres estadounidenses. Es posible tal parentesco, ya que Henry llegó al país, previo paso por Filadelfia, ciudad de origen de JFK y toda su familia.

Los Kennedy de La Paz, eran hacendados, gente de dinero. Habían heredado 6200 has. Dos de ellos eran militantes radicales personalistas. Muy cultos. De mucha convicción. El casco de la estancia era una hermosa casa con una nutrida biblioteca, con una vista espectacular del rio Paraná. Fueron educados por la madre con principios, con valores éticos, con un fuerte desapego a los bienes materiales y una marcada preocupación por causas justas. Eran profundamente democráticos.

Tres de esos once hermanos, Eduardo, Roberto y Mario Kennedy, en el gobierno dictatorial de Uriburu, en 1932, formaron parte de una insurrección que aspiraba a ser nacional, para reivindicar y rescatar a Hipólito Irigoyen de su encarcelamiento en Martin García.

A partir del golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, los Kennedy ven como se perfeccionan abusos y desmanes del gobierno autoritario en la zona. Parte de la población sorprendida por el avance totalitario no atina respuesta alguna. Mientras tanto, en el interior de la estancia de los irlandeses, se inicia un intento de rebelión al que se van sumando tímidamente algunas personas.

La gesta, “deliberadamente olvidada” según define Jorge Repiso, autor de “Los Kennedy. Tres hermanos que casi cambiaron la historia”, uno de los libros que cuenta esta historia, tuvo su epicentro en La Paz.

La noche del 3 de enero de 1932, los Kennedy conjuntamente con dieciséis personas más (entre las que se encontraba Héctor Roberto Chavero, conocido luego mundialmente como Atahualpa Yupanqui), coparon la Jefatura de Policía y otros edificios públicos de La Paz. Se esperaba insurrecciones similares en veinte ciudades. Se contaba esencialmente con Concordia (donde tal empresa estaba a cargo del General Pomar), Curuzú Cuatiá y Goya. Pero algo, que nunca se supo con claridad, falló. Se presume que la marcha atrás del telegrafista que debía interconectar a los movilizados fue lo que provocó la incomunicación. Por lo tanto, no se enteraron que en las otras ciudades el levantamiento no se llevó a cabo y cuando descubrieron la situación, escaparon al interior de su campo de espinillos y quebrachos.

El gobernador antipersonalista de la Provincia, Luis Etchehevere pidió a Buenos Aires el concurso de las fuerzas federales. Y el 6 de enero concurrieron la policía local, el Ejército con tropas de la III División, 2 buques (Mirador M6 y Rastreador M1). El 7 de enero comenzó el bombardeo a la Estancia Los Algarrobos por más de 3 horas. Los biplanos Breguet III, triplazas con motor rotativo francés y ametralladoras de los monoplanos, Dewoitine D 21, fueron los instrumentos con los que se quiso amedrentar a los Kennedy. Fue el primer bombardeo de la Fuerza Aérea Argentina contra civiles de su propio país, veintitrés años antes de la cobarde incursión sobre el centro de Buenos Aires que provocó la masacre de junio de 1955.

Los combatieron por aire, tierra y agua con 400 efectivos durante 40 días. Finalmente los Kennedy alcanzaron a escapar al Uruguay y tuvieron la intención, no consumada después, de volver para copar el regimiento de Concordia.

Además del libro mencionado, la historia de los valerosos hermanos paceños había merecido otras expresiones literarias. El poeta uruguayo Yamandú Rodriguez que trabajaba como periodista en el diario “Crítica” al momento de los sucesos y por tal razón tuvo información directa de los hechos, escribió “Los Kennedy” en 1934 y el gualeyo Daniel Gonzalez Rebolledo publicó “Los Kennedy del Sur”. Por otra parte, Arturo Jauretche en su poema “El paso de los libres” les rindió homenaje.

En teatro, también se los reivindicó. En 2005, Late Teatro de Paraná, grupo integrado por Nicolás Rigaudi, Nicolás Righelato, Ezequiel Caridad, Paula Righelato, Maximiliano Boyero y Marcelo Estebecorena, con la dirección de Luciana Obaid representó la obra “Los Kennedy” de Alan Robinson, con una aproximación a las personalidades de los protagonistas. Así aparece Mario, a quien Cesáreo Bernardo de Quiroz lo pintó en la estancia, aparece como un hombre con mucha energía y gran sentido práctico. Roberto, sanguíneo y efusivo y Eduardo el más condescendiente y diplomático. Su hermana, Amparo, es enérgica, ardiente y entusiasta, que pone el cuerpo y el arrojo en la circunstancia.

Por esas vueltas tan curiosas de la vida, en su exilio en Montevideo, en 1933, los hermanos Kennedy tienen un encuentro con Hipólito Irigoyen el viejo líder y motivador fundamental del intento de rebelión, poco tiempo antes del su fallecimiento.

Recién en el año 2007, los Kennedy finalmente tuvieron un reconocimiento de la sociedad civil de La Paz con la instauración de su nombre en la arteria de ingreso a la ciudad. Su valentía en defensa de la democracia había sido ignorada por mucho tiempo por un sector de su comunidad.