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Alguna vez, Ernest Hemingway dijo que el neorrealismo italiano contaba las cosas “como son”. Y si hay un elemento distintivo respecto a esa corriente, movimiento narrativo y cinematográfico “la más importante y fecunda renovación del cine, tras la segunda guerra mundial”, al decir de Manuel Villegas López, es su autenticidad.

El neorrealismo italiano fue la expresión artística que se generó como consecuencia lógica y articulada de la calamidad derivada de la guerra. En esa corriente tuvo realce la historia de las pobres gentes inmersas en supervivencias azarosas, en medio de una economía desquiciada y una sociedad moral y humanamente devastada.

La realidad cotidiana de la década del ´40, sobre todo en los márgenes de las grandes ciudades, fue el telón en el que se desenvolvieron los dramas de esa época, cargada de desencanto, mostrando las duras condiciones de vida (desocupación, hambre, miseria desesperante) en los cuales los guionistas y directores que fueron surgiendo en Italia, abrevaron para recrear en pantalla el más crudo realismo, violento, directo, impactante.

En 1948, mientras en Italia comenzaba a regir la nueva Constitución que estableció la República Italiana en reemplazo de la monarquía que hasta ese momento regía en el país, el neorrealismo ya había dado películas representativas, como “Roma, ciudad abierta” de Roberto Rossellini (1945), “Obsesión” (1943) y “La terra trema” (1948) de Luchino Visconti. 

En ese año, Vittorio de Sica, que dos años antes había realizado “El lustrabotas” (1946) con un guión firmado, entre otros, con Cesare Zavattini, lleva a la pantalla “Ladrón de bicicletas”, la que es considerada como la película más emblemática del neorrealismo.

“Ladrón de bicicletas”, que en una traducción literal del original italiano, “Ladri di biciclette”, sería “Ladrones de bicicletas”, un título como veremos más adecuado a la historia, es una historia simple que sin embargo retrata la realidad de millones de italianos que intentaban sobrevivir en condiciones adversas, en la miseria, con hambre y desocupación, en una sociedad que exteriorizaba la desigualdad social.

Antonio Ricci, un hombre de mediana edad, periodista desempleado, al comienzo de la película, que transcurre en un suburbio de Roma, es contratado para pegar carteles publicitarios en la vía pública (uno de ellos anuncia el estreno de la película “Gilda”, con la imagen de Rita Hayworth) y para llevar a cabo esa tarea se le exige que tenga una bicicleta. Contaba con una, pero estaba empeñada. Para poder recuperarla, María, su mujer le da las sábanas de su casa para cambiar el objeto empeñado y así tener la bicicleta para el trabajo. 

A poco de comenzar su trabajo, en un descuido, un joven le roba la bicicleta. Desesperado, comienza la búsqueda de la bicicleta robada junto a su pequeño hijo y un amigo. Transcurre todo el día recorriendo la ciudad, infructuosamente, persiguiendo al ladrón, recurriendo a la policía, a sus amigos y hasta a una vidente; al día siguiente, en los alrededores de un estadio de fútbol, encuentra estacionadas una gran cantidad de bicicletas. Busca la suya, no la encuentra y preso de una gran impotencia, intenta apoderarse de una. Es descubierto, perseguido por un grupo de personas, abofeteado y queda a punto de ser detenido, ante los ojos de su hijo.

Vittorio de Sica toma una novela escrita por Luigi Bartolini y la adapta, logrando una de las películas más enternecedoras, conmovedoras e intensas y se la considera como una de las mejores de la historia del cine. Villegas López ha dicho que “manifiesta, sobre todo, este valor fundamental que informa toda la película; la insolidaridad de las gentes, que dejan continuamente solo a aquel hombre desesperado, quizá porque no pueden hacer otra cosa, porque su propia vida les obliga a ello. La obligada solidaridad de los hombres en la guerra es siempre engañosa, porque lleva dentro esta soledad del hombre en el mundo, que se produce en la primera ocasión. El gran valor básico del film es la angustia. La ansiedad tremenda del hombre solo, abandonado, que se siente innecesario en un mundo hostil, indiferente, formidable, como el hombre primitivo en el universo desconocido”. 

Entre los méritos indelebles de la película, “la más humana que jamás se haya realizado”, según ha dicho Gabriel García Márquez, se cuentan la cruda pero emotiva relación entre padre e hijo; un tratamiento casi documental en las escenas en las calles de Roma, con su costado de realismo social y estudio de las conductas humanas en años de la posguerra. 

De Sica contó, como fue una tradición en el neorrealismo, con actores no profesionales, que en cierta forma se interpretaban a sí mismos; utilizó cámara en mano en gran parte del desarrollo del film, utilizando la luz natural; contó con muy pocos recursos y la realizó en poco tiempo para economizar.

La película obtuvo uno de los Oscar de la Academia al mejor film en idioma extranjero, que han conseguido películas italianas, además de otros premios y hoy, a setenta y cinco años de su estreno, mantiene su valor como fiel reflejo de una época, y de la crueldad que la necesidad imprime a la condición humana.