Era 1991 y una mujer pintaba un mural delante del público que pasaba, en su mayor parte, presuroso e indiferente. En la estación Dorrego del subte “B” de la ciudad de Buenos Aires, Mildred Ethel Azcoaga Burton en una especie de taller abierto, homenajeaba a Jimena Hernández (la niña hallada muerta en la pileta del natatorio del colegio de la Santa Unión de los Sagrados Corazones de Caballito), Nair Mostafá (asesinada en Tres Arroyos) y María Soledad Morales (muerta en Catamarca), tres jóvenes víctimas de violencia de género.
Mildred Burton tampoco fue ajena al drama de la dictadura. Así en una de sus obras, unas frutas frescas disimulaban sangre y masa encefálica. “La casa del tigre” e “Invasión II” fueron dos obras que, como otras, se mantuvieron ocultas durante esos años por el temor al gobierno militar. Cuando la Guerra de Malvinas pintó a Sir Richard Burton con una rata en el hombro y en el cuadro “La madre del torturador”, una señora acomodada tiene en su cuello una cadena de oro con un dedo recién mutilado. Por otra parte, colaboró en la década del ´80 con las Madres de Plaza de Mayo, evidenciando una preocupación y un interés por su causa.
Nacida en Paraná, en una fecha que algunos consideran como incierta. Otros ubican su nacimiento el 28 de diciembre de 1942. Victoria Verlichak en “Una (posible) historia, un ensayo para el libro Atormentada y mordaz”, alude que en un padrón electoral figura como nacida en 1923; su prima, piensa que fue en 1931 y su hija considera que fue en 1936. Semejante ambigüedad no hace más que acrecentar el misterio de nacimiento. Sus orígenes eran irlandés y alemán; fue criada con la formalidad de una familia aristocrática, de la que renegaba; se había interesado, de chica, por la literatura fantástica y por los cuentos populares infantiles. Elementos que, sumados a la fauna y la flora, posteriormente se vieron reflejados en su obra, de carácter surrealista, con una imaginación fantástica y detalles salvajes.
A propósito, ha expresado, autodefiniéndose: “No tuvieron en cuenta que nací un 28 de diciembre en América del sur entre achiras, ceibos, yaguaretés y curiyús, y bajo la advocación de Ajotaj, viento vengador latinoamericano. Bebí la primera leche de aguara-guazú cautiva y me alimenté con mandioca, porotos, maíz y charqui, a pasar de los bellos robles Chippendale del piano, de las boiseries victorianas, de las bibliotecas Tudor y el escritorio Thompson de mi padre, que me controlaban con amor y arrogancia”.
Su personal carácter la hizo cuestionadora y rebelde frente a los mandatos sociales que incluyeron un contexto familiar patriarcal y militar, un enlace concertado (ella afirmaba “subastada y adquirida”) cuando tenía 15 años, cinco hijos (dos fallecidos a muy temprana edad) y un escape de los compromisos maritales y maternales que implicaron, por otra parte, estadios en sitios de atención a enfermos de salud mental, sometida por diagnósticos psiquiátricos que la fueron aislando y una búsqueda de una expresión artística dotada de un fino y certero humor negro y manteniendo desafíos constantes, relevando el lado más perverso de la condición humana.
Se podría decir que pintar le permitía afrontar las decisiones que fueron marcando su infancia y juventud, con un padre autoritario, un marido intolerante y malicioso y una sociedad a la que le interesaba que no escape a su destino doméstico. Ese ambiente controlado y perturbador le fue conformando no sólo el carácter sino también el deseo de desafiar las imposiciones y aventurarse a otros ámbitos, como actuar, en su juventud, incluso para sobrevivir económicamente, en el cabaret Dragón Rojo, cantando canciones de la Guerra Civil Española.
En otro momento, en el año 2002, su vida fue motivo de la obra “Barrocos retratos de una papa” en el marco del ciclo Biodrama (creado por Vivi Telles) representada en el teatro Sarmiento de Buenos Aires, con la dirección de Analía Couceiro y que contara con la participación de Mirta Bogdasarian, Susana Pampín y Javier Lorenzo. También participaba la misma Burton mediante un video que fue elaborado por la directora de cine Albertina Carri.
Cuando el 30 de agosto de 2008 falleció en su “terrorífica” casona de La Boca, en Buenos Aires, vivienda-taller, en la que convivía con numerosos perros, gozaba del reconocimiento de los críticos que, a partir de sus más de quinientas exposiciones -desde su primera- en 1973, valoraron en sus cuadros la impronta de sus referentes, el alemán nacionalizado francés Max Ernst, la figura fundamental del surrealismo y el belga René Magritte.
Burton en 1979 perteneció al grupo Post-figuración, generado por Jorge Glusberg y en el cual participó conjuntamente con Elsa Soibelman, Diana Dowek, Alberto Heredia y Norberto Gómez. Este grupo se reunía sobre la base de entender las figuraciones humanas, muchas veces disimuladas, en el violento y dramático contexto de la dictadura.
Burton manifestaba que partía de la realidad para crear micromundos vinculados con lo literario, propio de una impronta siniestra, fantasmagórica, cruda, corrosiva y ácida, sin dejar de ser irónica, lo que la vincula con Leonora Carrington y Remedios Varo.
En su producción tanto se percibía una referencia a su educación sajona, heredada de su madre y vinculada con el movimiento Arts & Craft (Artes y Oficios), creado en Inglaterra en 1880 por William Morris, como a la identidad argentina, muy propia del litoral y latinoamericana.
Una importante exposición, “Fauna del país” se llevó a cabo en febrero del 2020 en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. El curador de la muestra, Marcos Kramer resaltaba “la necesidad de Burton de encontrar puntos de contacto entre las figuras humanas y los animales, entre la naturaleza y la civilización”. Agregaba que la artista utilizaba “herramientas de la pintura figurativa y de las artes decorativas como dos hilos que la ayudarían a zurcir los desgarramientos entre el mundo natural y el mundo cultural”.
En esa muestra contó con la participación en el catálogo de un texto de Mariana Enriquez, “Millie”, y se exhibieron obras de colecciones privadas, del Museo de Bellas Artes, del propio Museo de Arte Moderno y de la Fundación Klemm. En ese sentido, se expuso un retrato de Federico Klemm, su gran amigo, el artista, coleccionista, divulgador y peculiar crítico y difusor del arte y mecenas a la vez que precursor de la cultura pop y queer.
En relación con Klemm, la vinculación entre ellos hizo que inventaran performances operísticas en las cuales discurrían sobre mitos antiguos, griegos y egipcios, con la casa de Klemm, cercana a la Plaza San Martín, como escenario de las obras.
Las obras de Burton recorrieron el mundo, en museos nacionales e internacionales. Se exhibieron, además de la muestra del Museo de Arte Moderno del 2020, en otras muestras en el Museo Nacional de Bellas Artes, en el Centro Cultural Borges de Buenos Aires, en Montevideo, Maldonado, Caracas, San Pablo, Boston, San Francisco, Nueva York, Washington, México, Toronto, Barcelona, Madrid y Paris.