El 8 de abril de 1973 en la villa “Notre Dame de Vie” de la pequeña localidad de Mougins en la región de Provenza, Francia, cerca de los Alpes, falleció como consecuencia de un edema pulmonar Pablo Ruiz Picasso. El cincuentenario de su fallecimiento no hace más que recordar la trascendencia que tuvo su obra en el arte contemporáneo.
Picasso nació en Málaga en 1881. Su padre, José Ruiz y Blasco era profesor de dibujo en la Escuela Provincial de Dibujo de Málaga. Cuando Pablo tenía 9 años de edad, la familia se trasladó a La Coruña, en Galicia, donde su padre comenzó a dar clases en la Escuela de Bellas Artes de esa localidad. En esa ciudad es cuando comienzan a conocerse dibujos de Pablo Picasso. Finalmente, poco tiempo después la familia se radica en Barcelona dado que José Ruiz pasa a dar clases de dibujo en la Escuela de Bellas Artes de Lonja. Desde temprana edad Pablo dibujaba y en Barcelona comienza a tomar clases de pintura, iniciando su carrera artística, la que la hace con su apellido materno, Picasso.
El aporte con que Picasso ha contribuido a la historia del arte ha sido más que reconocido. En forma resumida y muy someramente, podríamos decir que fue uno de los impulsores del cubismo. Antes había tenido su etapa azul por el predominio de ese color en sus pinturas, y su etapa rosa, por igual razón. Rompió con el realismo al incursionar en el cubismo en todas sus variantes, transitó el expresionismo, pero fundamentalmente el surrealismo lo tuvo entre sus baluartes.
“La vida”, Las señoritas de Aviñon” (que Picasso denominaba “El burdel”), “Los tres músicos”, “Mujer ante el espejo”, “Mujer que llora”, varios retratos y autorretratos, “La paloma de la paz” y su particular versión de “Las Meninas”, son algunos de los más de 75.000 cuadros que Pablo Picasso legó a la humanidad, además de esculturas, dibujos y bocetos. Representan las distintas corrientes pictóricas que transitó, las escuelas donde se formó y su interés por los aspectos sociales y políticos del siglo XX en que vivió.
Para acercarse a su impronta, podría considerarse cualquiera de las pinturas mencionadas; no obstante, el ícono más destacado de toda su obra, es el “Guernica”. El “Guernica”, hoy se encuentra exhibido en el Museo Reina Sofía de Madrid, luego de haber permanecido en custodia desde 1940 y hasta 1981 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Picasso lo había pedido expresamente, en función que pretendía que el cuadro fuera devuelto a España recién cuando ya no estuviera más la dictadura del régimen franquista.
Picasso había sido convocado por Josep Renau, el director general de Bellas Artes de la Segunda República Española, a realizar una obra para ser exhibida en el pabellón español de la Exposición Internacional de 1937 en París. El lunes 26 de abril de ese año, en plena Guerra Civil, al momento que las fuerzas nacionales de Franco avanzaban hacia el norte del país, con el objetivo de tomar el País Vasco y en función de ello aislar Bilbao, se decide dominar la voluntad del bravo pueblo vasco con una aplastante acción. Es por ello que se recurre a sesenta aviones italianos y alemanes para que a las cuatro de la tarde, cobardemente, lancen una lluvia de bombas sobre Guernica reduciendo la ciudad a cenizas. Más de un tercio de su población fue asesinada y casi 1000 personas sufrieron secuelas. Nunca antes se había visto en Europa tanta saña y destrucción sobre una población civil. Se convirtió en una aciaga premonición respecto a la espantosa realidad que se viviría poco tiempo después.
La crueldad manifiesta de esa acción, el bombardeo y destrucción indiscriminada a inocentes, el fuego de las ametralladoras impactando y el pueblo huyendo sumado al dolor lacerante y la barbarie inclemente impulsaron a Pablo Picasso a representar un alegato contra el terror, el luto y la muerte.
Picasso se había anoticiado de la tragedia por las dramáticas fotografías publicadas, entre otros, por el periódico L´Humanité de París y elaboró su obra, entre mayo y junio de 1937 en el número 7 de la calle Grands-Augustins de la capital francesa, donde estaba el estudio en que el pintor vivió y trabajó desde 1936 a 1955. El “Guernica” comenzó siendo un gigantesco cartel, terminó en un gigantesco y conmovedor mural de casi 350 x 776 cms.
La Exposición Internacional de las Artes y las Técnicas aplicadas a la Vida Moderna, comúnmente conocida como la Exposición Internacional de 1937 se desarrolló en París entre el 25 de mayo y el 25 de septiembre de ese año. El objetivo de la exposición era presentar una integración entre arte y tecnología para ennoblecer la vida humana y en consonancia (aunque visto hoy, parece increíble) promover la paz mundial.
El pabellón español fue diseñado por el arquitecto Luis Lacasa, quien había planificado la ciudad de Dresde. El propósito propuesto fue que el pabellón “cantara las glorias de los pueblos de España en toda su diversidad”. En su entrada se encontraban una escultura de cemento de Alberto Sanchez, un ex panadero y sindicalista; otra en hierro soldado, “La Montserrat” de Julio González y una tercera, la “Cabeza de mujer”, de Pablo Picasso. En el interior, además del monumental “Guernica”, había una serie de fotomontajes sobre la realidad española; una colección de arte contemporáneo español y un homenaje a las figuras culturales que habían sido asesinadas en la Guerra Civil Española, entre ellos, una referencia destacada en una vitrina especial a Federico García Lorca. En otro rincón del pabellón había una selección de obras del Museo de Bellas Artes de Bilbao y otra de una colección de arte catalán. Se exhibían también las artes aplicadas (cerámica, tejido, herramientas, trajes tradicionales, etc.), “El segador”, un mural de Joan Miró y “la fuente de Mercurio”, una escultura abstracta de Alexander Calder.
El “Guernica” es un óleo sobre un lienzo de lino y yute. Se convirtió en un ejemplo moral, un símbolo universal. En él se destacan: la fenomenal sobriedad en la tonalidad de los colores, la representatividad de sus figuras, la interrelación y la composición interna de ellas en el mural, una iconografía precisa, dramática y concreta. Según el especialista referenciado por el Museo Reina Sofía Anthony Blunt se puede percibir dos grupos, uno de ellos compuesto por tres animales: el toro, el caballo herido y el pájaro alado. El otro grupo, el costado humano, integrado por un soldado muerto y varias mujeres. Una de ellas porta una lámpara, otra es la madre con su hijo muerto en brazos y una, clemente, que alza sus manos al cielo.
El 3 de noviembre de 1998, cuenta Gijs Van Hensbergen, en su libro “Guernica”, Kofi Annan en ese entonces Secretario General de las Naciones Unidas al hablar ante el Consejo Internacional del Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York, y refiriéndose a la copia del Guernica, que se encuentra en el pasillo exterior de la sala del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en Nueva York, decía:
“El mundo ha cambiado mucho desde que Picasso pintó aquella primera obra maestra política, pero no necesariamente se ha hecho más tranquilo. Nos acercamos al final de un tumultuoso siglo que ha presenciado tanto lo mejor como lo peor del comportamiento humano. La paz se propaga en una región al tiempo que en otra arrecia la furia genocida. Una riqueza sin precedentes coexiste con una terrible necesidad, mientras una cuarta parte de la población mundial sigue enfangada en la pobreza”
Han transcurrido más de ochenta y cinco años del horroroso ataque a la población indefensa de Guernica y veinticinco de las palabras de Kofi Annan en las Naciones Unidas, y parece que desde entonces, el mundo no ha cambiado demasiado.