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Los robos de piezas con alto valor artísticos realizados, frecuentemente, en museos han tenido desde siempre un papel importante tanto en la literatura policial como en el cine negro. Las particularidades de tales acciones, lo arriesgado, el boato que recorre y forma parte de los museos, el valor intrínseco y monetario de las obras, el derrotero posterior de los bienes sustraídos, tanto en procura de comercializarlos o entregarlos a quien haya encargado la operación. Todo ello, han generado un subgénero que en el correr de los años ha perfilado aciertos narrativos con sus, indispensables, dosis de suspenso.

En el cine ese subgénero se ha nutrido en el correr de los años con historias que han sabido captar el interés del público. De tal forma, la remake de “El caso Thomas Crown”, de 1999, dirigida por John Mc.Tiernan modifica el objeto de robo que tiene el personaje en la primera versión de 1968, y Pierce Brosnan el personaje principal, es un multimillonario que planea el robo de una pintura valiosa de Monet (San Giorgo Maggiore durante el crepúsculo) de la colección permanente del Museo Metropolitano de Arte (MET) en el Central Park de Nueva York.

“La emboscada” (1999) de Jon Amiel, e interpretada por Sean Connery y Catherine Zeta-Jones, es sobre el robo de un Rembrandt y la confabulación entre el ladrón y una agente de seguros. Atrás en el tiempo, “Topkapi” (1964) de Jules Dassin, con Melina Mercouri y Peter Ustinov y el robo de una daga del museo de Topkapi (que había sido el centro administrativo del imperio otomano desde 1465 a 1853) en Estambul. “Cómo robar un millón” (1966) comedia de William Wyler, con Peter O´Toole y Audrey Hepburn y un ladrón de guante blanco contratado para robar una estatua de Venus. Y una lista importante de films, en general, ficciones pensadas para entretener.

En cuanto a la literatura, también es posible encontrar novelas con historias de esta índole. Así desde Maurice Leblanc y su Arsène Lupin numerosos escritores han generado una corriente literaria seguida por fieles lectores. 

Dos libros recientes, “Saqueo. El arte de robar arte” de Sharon Waxman y “El lado oscuro del arte “de Evelyn Márquez tratan sobre la temática de robos de piezas de arte. Si bien lo hacen desde distintas ópticas. El libro de Waxman indaga sobre como piezas saqueadas de sus países de origen (Egipto, Turquía, Grecia, Italia) llegaron a los principales museos occidentales (el Louvre, el British Musuem, el Metropolitan de Nueva York) y el de Evelyn Márquez, licenciada en Gestión de Arte y Cultura (UNTREF) y maestranda de Historia del Arte Moderno y Contemporáneo (UNA), se encarga de las historias y modus operandi de los ladrones de obras de arte más famosos del siglo XXI y la implicancia que la pandemia tuvo en las modalidades en que opera el tráfico de bienes culturales.

Pero otro libro reciente, “Golpe en el Museo” de Imanol Subiela Salvo tiene el condimento de las típicas novelas policiales de suspenso y misterio sumado a características históricas muy peculiares. Con el aditamento, que no es ficción.

El robo de 16 pinturas impresionistas (originales de Degas, Matisse, Gauguin, Renoir, Lebourg y Cézanne) y siete objetos de porcelana y jade valuados en esos años en más de 25 millones de dólares en la madrugada de la navidad de 1980, del Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, el día que cumplía 84 años desde su apertura al público, era el mayor robo de piezas de arte de un museo hasta ese momento, no sólo en Argentina sino también en todo el mundo. 

Eso fue hasta el 18 de marzo de 1990, cuando dos hombres vestidos de policías se presentaron en el Museo Isabella Stewart Gardner de Boston y robaron 13 obras (tres Rembrandts y un Vermeer, entre ellos) valuados en más de 500 millones de dólares, y hasta la fecha, no recuperados. Los marcos vacíos colgados en las paredes del museo daban la señal unívoca de la desolación que había provocado el hecho delictivo, mientras los responsables del museo intentan transmitir con ese acto, la esperanza que las obras sean recuperadas y ocupen el lugar que les era propio. 

La investigación, que junto al robo es el eje del documental “Esto es un atraco: El mayor robo de arte del mundo” (2021), una serie de 4 capítulos dirigida por Colin Barnicle, consideró diversas pistas. Una de ellas fue el posible financiamiento del Ejército Republicano Irlandés para comprar armas, otra la Mafia de origen irlandés asentada en Boston, sin llegar a determinar ninguna conclusión, hasta ahora.

Volviendo al relato de Subiela Salvo, éste con un palmaria estructura de thriller, contempla la desinteligencia por parte del sereno y el bombero que estaban asignados a la custodia del museo y que al momento del robo, dormían; la participación de la banda del miembro de la (entonces) SIDE y jefe de la triple A Anibal Gordon y René Paladino; la actuación del, en algún sentido, enigmático periodista Guillermo Patricio Kelly, la rocambolesca gestión del inefable Jorge Glusberg, director del museo; la voluntad de una solterona que no quería dejar de herencia su colección de arte y la donó al museo en años del dictador Levingston;  la intervención de una jueza federal que era visitante habitual de los centros clandestinos de detención; torturas contra empleados; un deliberado intento de usar el patrimonio público con un fin en el plan represivo; una misteriosa dama alemana vestida de animal print, un caza-recompensas inglés; un empresario taiwanés y el juez Nicolás Oyarbide, todo bajo el marco espectral de los años de la dictadura.

El propio autor manifiesta a la revista Noticias que “la importancia que tiene el caso radica en que a través de la historia del robo se puede ilustrar la historia del país, al menos de las últimas décadas, y pensar qué hizo la dictadura con nuestro patrimonio cultural, cómo se manejó la justicia en convivencia con la junta militar, de qué manera se pauperizó el sistema judicial con el retorno de la democracia y cómo se entrelazan las figuras de poder (económico y político) con el mundo del arte”.

La incursión de, posiblemente, cuatro personas, entrando por los techos, fue facilitada por andamios ubicados en un ala que estaba en remodelación en el museo. Nada se violentó. Se supuso desde un primer momento la participación de un grupo con sólida experiencia en ese tipo de delitos, amén de actuar con sigilo y premeditación, amparados en la desinteligencia de los cuidadores y la perturbación que el festejo de la navidad le había provocado a éstos.

Ese grupo concretó el robo de la colección Mercedes Santamarina además de dos obras que no pertenecían a esa colección: “Un episodio de la fiebre amarilla” del pintor uruguayo Juan Manuel Blanes y “El vendedor de diarios” del argentino Valentín Thibon, en el Museo. 

Como cuenta Subiela Salvo en el libro, solo se han podido recuperar, luego de episodios singulares narrados en una trama truculenta y misteriosa, tres de las obras robadas que se encontraban, en cierta medida en resguardo, en un museo parisino, “Retrato de mujer” de Renoir, “El llamado” de Gauguin y “Recodo del camino” de Cézanne. 

Oyarbide dijo que podría existir una conexión entre el robo y el jefe de los operativos en el centro clandestino de Automotores Orletti, Anibal Gordon, quien luego de ser partícipe de la triple A y de los torturadores de la dictadura, siguió operando en el delito en democracia. Por otra parte, Ramón Santamarina, sobrino de Mercedes, manejaba la idea que la dictadura facilitó la acción de los delincuentes para pagar algún servicio. Una razón podría ser la compra de armamentos a Taiwan. Hay que recordar que contemporáneamente a estos hechos se produjo el conflicto con Chile por el canal de Beagle y un año y cuatro meses después la guerra de Malvinas.

La directora de cine Patricia Martín García, que fuera cantante e instrumentista del grupo folklórico Inkari, en 2009 comenzó a trabajar para realizar un documental sobre el robo, tal como relata Subiela Salvo. No obstante, una enfermedad que le provocó la muerte, impidió que pudiera concretar su proyecto.

Por otra parte, y volviendo a los probables artífices del delito, a la banda de Gordon se le adjudicó otro de los robos en un Museo. Hecho que también relata y vincula Subiela Salvo en su libro. 

El 2 de noviembre de 1983, tres días después de la elección que invistieron a Raúl Alfonsín como el primer presidente de la recuperada democracia, antes de las 8 de la mañana tres hombres encañonaron a un empleado en la puerta del museo de Arte Decorativo Firma y Odilo Estévez en Rosario, a un par de cuadras del Monumento a la Bandera.

Amordazaron al resto de los empleados y robaron cinco cuadros, valuados en 12 millones de dólares, saliendo serena y fácilmente por la puerta de entrada del museo.

Uno de esos cuadros, “Retrato de doña María Teresa Ruiz de Apodaca y Sesma” de Francisco José de Goya y Lucientes, fue recuperado doce años después, en el año 1995. Lo transportaba en una camioneta, uno de los lugartenientes de Gordon. Otro, en 2018, el “La asunción de Santa Catalina” de Bartolomé Murillo, se recuperó por una denuncia, en la ruta interbalnearia, a la altura del arroyo Pando, en Canelones, República Oriental del Uruguay.

La investigación apuntó a responsabilizar a los miembros de la banda de Gordon, “mano de obra desocupada” y con ese antecedente se pudo avanzar en la pesquisa y se arribó al operativo que pudo recuperar al mencionado cuadro de Goya del Museo de Arte Decorativo. En el año 1989 se recuperó “Retrato de Felipe II” de Sanchez Coello.

En mayo de 2023, por una llamada anónima a la Secretaría de Cultura y Educación de Rosario, se recuperó la cuarta obra (y hasta ahora última) sustraída. “El profeta de Jonás saliendo de la ballena” de José Ribera en Buenos Aires.

De acuerdo a las declaraciones del secretario de Cultura y Educación de Santa Fe, Dante Taparelli a Página 12, Rosario “Este cuadro fue robado con Falcon Verde (…) y 40 años después, una nueva generación lo devuelve”. Finalmente, la quinta obra robada “Retrato de un joven” de El Greco, permanece desaparecida. 

Por otra parte, y en otro orden de delitos. Un hecho que si no fuera patético sería gracioso sucedió en la madrugada del 18 de julio de 1988 en el edificio de la Biblioteca de la Universidad Nacional de La Plata. Tres ladrones robaron una caja fuerte del despacho del director de la Biblioteca. La sacaron del edificio e intentaron abrirla con un soplete.

Buscaban lingotes de oro por una información parcial y finalmente falsa y al conseguir la apertura, descubrieron que habían quemado entre otros un ejemplar de “La Suma Teológica” de Santo Tomás de Aquino impresa en Mangucia en 1471; el “Libro de los Remedios Contra Una y Otra Fortuna; los “Aurea Verba” de Egidio de Asis y piezas de Petrara, Cicrón, Tito Livio, Jenofonte, Arato de Solís y Adriano de Cartago, joyas, únicas, irrepetibles, verdaderos incunables. El robo y destrucción que causó el mayor daño patrimonial a la Universidad Nacional de La Plata.